El Arte Dramático, que tanto he defendido en las escuelas, era esa asignatura que programada desde la EGB, y después por la LOGSE, no ha tenido ningún hada madrina que la defienda ante las instituciones, ni siquiera los padres, más que algunos maestros, que nos esforzamos en estudiar y desarrollar esos conocimientos en el grupo de niños que nos tocaba en suerte.
Desearía que esta entrada, hoy que se está debatiendo la ley Sinde, la leyera la Señora Consejera de Educación, aunque a veces he escrito a esa Consejería planteando este problema y jamás tuve respuesta.
¡Por una enseñanza creativa! ¿Pero se sabe qué es eso?
¡Cuanta creatividad necesitan nuestros políticos para que nos saquen del atolladero en el que nos han metido!
Siguiendo la programción vigente, a este grupo le impartía una hora semanal de Arte Dramático y ya en sexto curso montábamos obras con texto. Entre ellas: Las aceitunas, de Lope de Rueda, Los habladores, de Cervantes; una adaptación de La fierecilla domada, de Shakespeare; Las tres Reinas Magas, de Gloria Fuerte; La sangre Derramada, de Lorca, Pluf el Fantasmita de María Clara Machado, además de numerosos espectáculos que inventábamos sobre la marcha, como por ejemplo, El gazpacho